A cuestas llevo el grito desesperado de algunos besos suicidas
/ que quisieron caer de tus labios y no acampar en los míos;
/ esos besos que desgarraron mi alma, al sentir su caída en este
/ páramo de ilusiones que reposa bajo mis pies.
/
/ Mientras caían, dejaban a su paso vestigios de otros tantos abrazos fugados que jamás pudieron ser tomados por los brazos que me cuelgan.
/
/ Ha sido mi tortura ver las hojas marchitas del árbol de un amor sin pasado,
/ sin horizonte y sin historia, que albergó esos besos durante muchas primaveras.
/
/ Puedo tener otros tantos como ellos
y hasta más!
/ Pero jamás podré comparar su sabor,
/ porque lo más bello que guardo de ellos son tan solo los llantos y lamentos de una despedida a la que jamás la precedió un encuentro.
/
/ Aunque conozco el lugar donde han caído, no soy capaz de redactarles un epitafio digno; sería como escribir al viento o pintar un recuerdo en las nubes del techo añil que me cubre; porque para ellos siempre fui algo menos que un gran desconocido.
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